Escribí
esta novela sin un plan previo. Tan sólo me llegó la primera frase y comencé a
escribir sin pensar demasiado en ello, siguiendo la técnica que muchas veces
empleo para escribir relatos. Al principio creí que sería un cuento, porque
apenas había personajes y el contexto era muy reducido. Escribí el primer capítulo
del tirón, como una unidad literaria en sí misma. Después el segundo,
disfrutando de aporrear el ordenador y cómo el sonido de las teclas se iba
sucediendo. Cuando me quise dar cuenta ya tenía los siete primeros capítulos, y
me fui a dormir aquella noche con una sensación extraña.
Al
día siguiente tenía que trabajar, pero fui apuntando en un cuaderno, un
cuaderno sólido y negro, las ideas que se me iban ocurriendo sobre Ionah, su
madre, el cobertizo, las altas rocas y los lagartos. Hay capítulos enteros en
ese cuaderno exactos a como han quedado en la versión final del libro, con una
letra pequeña y torcida por el vaivén del autobús.
Las páginas se iban sucediendo y pensé que aquello no iba a ser un cuento, sino quizá una novela breve de unas ochenta hojas. Yo, que siempre he escrito con un mapa de ruta, me veía ahora haciéndolo de una forma nueva y sorprendente para mí, como había leído a veces sobre otros escritores pensando que yo nunca, nunca, lo haría de esa forma.
Pero no me detuve. Sinceramente, me lo estaba pasando demasiado bien como para parar.
Mis conocidos me preguntaban si estaba escribiendo algo, y yo les decía que sí, pero que todavía no sabía qué era. Ellos, que me conocían, se preguntaban cómo podía ser así, como podía venir eso de alguien que siempre decía que antes de escribir la primera frase de una novela debías saber cuál sería la última.
Cuando llevaba unas cincuenta páginas escritas supe que sería una novela. Era un sentimiento que había ido haciéndose más sólido pero que aún me negaba a aceptar. Y además sentía que iba a ser una buena.
Cuando
escribes la misma historia durante mucho tiempo llegas a perder la perspectiva,
no sabiendo si en lo que estás trabajando es bueno o malo como conjunto. Ha
pasado demasiado tiempo desde que escribiste la primera página y la retienes en
tu mente como un día de niebla. Tan sólo puedes aferrarte a aquella buena
sensación que tuviste cuando comenzaste a escribir y tratar de que los capítulos
sean buenos, que las frases sean buenas, que las palabras sean buenas.
Pero
ahora era distinto, porque tenía los capítulos frescos en la cabeza y aunque aún
no sabía cómo iba a acabar la historia, sabía hacia dónde debía ir.
Estaba
en el mismo punto que Ionah.
Tardé
diez meses en acabar la primera versión de estas 214 páginas, en escribir la última
frase. De Enero a Noviembre de 2010. Sabía que después vendría la larga fase de
corrección y después tendría que sentarme a hablar con mi editorial.
Y
es que aún me quedaba un desierto por delante.
Ha
sido algo increíble para mí escribir esta novela. Y he descubierto con agrado
que también le ha resultado increíble a otra gente. Creo que a veces, de forma
inconsciente, puedes llegar a conectar con los sueños y esperanzas de otras
personas. Y es que todos estamos un poco ahí, en el desierto, esperando la
lluvia.
Santiago
Pajares, Enero de 2013.